Nos encanta hacernos los grandes, sumar adherentes a nuestras causas, sumar miles de firmas, juntarnos de a poco, subirnos uno arriba del otro, aunque esto implique romper más de una costilla o tener que escondernos tras un disfraz. Nos gusta que nos miren hacia arriba, juntar las fuerzas necesarias para demostrar ese poder absoluto que completa la necesidad de gobernarnos y gobernar al resto. Ese síndrome de gigantismo, es el mismo que nos ha hecho caer de nuestras enormes torres, donde el que es cabeza piensa, el que es tronco mantiene, pero el de abajo, el que apenas soporta todo el peso, el de hombros fatigado, es el que motoriza al gran cuerpo.
Las personas han tenido la gran idea de que para inspirar respeto deben organizarse, generar agrupaciones, armar falsos cuerpos, pasar de un poder individual a un falso poder colectivo, porque desde arriba se inspira más temor, porque desde arriba se ven mejor las cosas. Nos gusta creernos el cuento del líder, del empresario exitoso, de la clase alta, de la baja y de la media, nos gusta vernos ordenados, alineados. Eso si que es ser un verdadero de modelo de verdad y autoridad, eso si señores. Que ese cuerpo grande, que se hace el grande pero no lo es, porque son muchos cuerpos para aparentar uno solo, saque su enorme abrigo y demuestren quienes son los insignificantes que se hacen los grandes, quien se cree cabeza, tronco y pies. Mientras el de arriba va en un descanso eterno, que el del medio amortigüe y que el de abajo siga caminando pues.