Podría haberlo jurado, así sería más fácil y todos los errores cometidos se podrían asumir como misterios que no se sabe como sucedieron. Tal vez fue su falta de compromiso, la ceguera que produce la imprudencia de los años, el exceso de sueños, o bien las cosas cambiaron abruptamente.
Creo que fue a los veinte años que la niña asumió sus primeras responsabilidades y se encadenó a sus primeras ataduras. Cuando los consejos de los mayores la hicieron cambiar de prioridades, las muñecas y los unicornios dejaron de ser pan de cada día. Las bondades de la adultez les eran presentadas por primera vez, como un secreto inabordable anteriormente, como el privilegio que dan los años al entenderse más grande. Pero no pasaron muchos años para que se diera cuenta que todo lo que estaba recibiendo de sus mayores eran solo cofres cargados de joyas de mentira, un sinfín de basura y mediocridad. El rumbo que eligió fue otro, y ya no importó como se le catalogase, sino en solo aprender a vivir a su manera, de forma honesta con sus más grandes obsesiones, con sus propias creencias, sin dejarse entristecer por la arrogancia de otros que no tenían ni idea de lo que salía de sus lenguas. La niña comenzó a vivir su juventud de una manera nueva, en la contemplación más infinita que cualquiera hubiese logrado, reposando en nubes de lo imaginario y celestial, intentando vivir su vida lo más lentamente posible, esperando el fin de ese preciado y corto tiempo de la mediana edad. Ella no pudo asumir las formas impuestas, eran absurdas, perdonenla.
No suspire querida niña, los deseos serán cubiertos por vasos de agua cargados de polvo dorado, los zapatitos te llevarán muy lejos, no necesites adornos, lleva un libro bajo el brazo, un montón de frases célebres favoritas, un par de piezas musicales y camina sobre el cemento sin zapatos, que no nos queda nada para terminar estos años, los mejores años…