Ángela es una buena chica. Tiene trece años, es una estupenda alumna, muy aplicada para las matemáticas. Presidenta de curso durante los últimos dos años, capitana del equipo de cheerleaders. Su carácter y voluntad la han hecho merecedora de los más importantes galardones a nivel escolar.
Ángela brilla fuera de su casa, pero dentro de ella, ha sido víctima durante todos estos años de una disciplina tan estricta como agotadora. Levantarse todos los dias, incluyendo sábados, domingos y festivos a las seis de la mañana para hacer ejercicios con su madre. A las siete toma un desayuno a base de semillas y lácteos. Llega al colegio media hora antes y dedica unos minutos a la lectura. Su banco impecable la espera para que ella, perfecta, quieta y silenciosa, cumpla con sus labores escolares. En los recreos suele compartir con sus compañeras, o bien, repasa las materias. Cuando es llamada a liderar las decisiones, estoica se hace responsable de su labor, sin titubear ni dar su brazo a torcer. Por las tardes suele asistir al club de ciencias o al entrenamiento.
Ángela evita siempre llegar a casa. Tiene miedo, siente rabia. No la dejan tocar el piano, no la dejan escuchar radio, hace unos meses le quitaron las revistas, y actualmente solo tiene acceso a la biblioteca de su padre. Cuando llegan las siete de la tarde, se sienta a comer. Perfecta, quieta y en silencio, se enfrenta al peor horror de su vida, no poder hablar en la mesa. “No te metas en temas de grande”, “no se habla ni de política ni de religión en esta casa”, “no tienes idea de lo que hablas”, “la mesa es para comer, no para hablar pavadas”.
Ángela ha decidido desde hoy dar una pequeña vuelta, torcerse sobre su propio eje, girar la cabeza, mirar por la ventana, dejar el plato a un lado y recordar que fue de su día cuando era libre y admirada. Allá adentro se siente enterrada, manipulada, tan disminuida. Planea su pronto escape, aunque demore en ser mayor, ya lo planea.
Ángela se va a dormir a las nueve. Cepilla su cabello, se quita las medias, deja todo ordenado, y sueña con el sonido de fondo del grito de sus padres.